Diecisiete arcos que cuentan mil años de paso y esperanza.
Entre el murmullo del río y el pulso de la ciudad, el Puente del Ebro de Tudela se alza como una de las obras más emblemáticas de la villa. Con aproximadamente 360 metros de longitud, 17 arcos de diferentes tamaños y 16 pilares, su estructura de sillería de piedra transmite el peso de los siglos.
Aunque el puente actual se forjó entre los siglos XII y XIII, bajo el reinado de Sancho VII “el Fuerte” o de Teobaldo I de Navarra, existen indicios de pasarelas anteriores —romanas o musulmanas— en el mismo lugar.
Construido principalmente en piedra arenisca local, el puente combina arcos de medio punto y ojivales, y ha sufrido numerosas reformas tras crecidas del río y guerras. Esa mezcla de estilos nos habla de una estructura viva, que se adapta al paisaje y a la historia.
Hoy día continúa en uso, uniendo la ciudad amurallada con las tierras de la Ribera y constituyéndose en un símbolo de identidad tudelana. Su presencia recuerda que, a veces, lo que conecta es más que una vía: es un encuentro entre épocas, culturas y caminos.
